dimarts, 20 de març del 2012

VUELA AMOR, VUELA.

Introducción a la Antología Caótica de mi vida.

Detenerme para examinar con detalle cada una de las cosas que escribí. Entre tanta frase, sólo consigo hacer de mi un coladero de sentimientos y me permito el lujo de revivir esos momentos plasmados en palabras. Recuerdos que me avivan, captan mi atención y remueven mis tripas.

Limitándome a preguntarme cómo he sido capaz de guardar tanto dentro. Cómo he sido capaz de descartar la idea de expresarlo con palabras durante todo este tiempo. No sé si habrá sido por temor a afrontarlo. Yo nunca había sido tan cobarde.

Durante los últimos meses he aprendido más de lo que, a mi parecer, una persona con veinte años está dispuesta a aprender. He tenido que vivir situaciones duras, las cuales jamás imaginé así, tan letales. Tan de golpe.

Ahora comprendo la esencia de la vida.

La vida es amor. Y el amor es dolor.

Desconocía el significado de ambas cosas. Espero una larga vida por delante para lograr matizar esos términos.

Podría enumerar cuánto silencio cabe en una hoja en blanco. Lo mejor que tengo que decir sigue callado. De la voz para adentro, soy tuya.


Fue bonito mientras duró la agonía.

Una agonía perfilada y recortada a la medida exacta de mi espacio. No había milímetro que sobrase o faltase. Era exacta.

Los ojos pesaban cada noche. Se cerraban lentamente y volvían a abrirse, encerrando en tal intervalo un mar de imágenes. Era todo tan lento. El sol.

Era todo tan frío.

Podía ver la semejanza de tu perfil en cada rostro. El aire olía a tu cuello, al desplegar de tus camisas. Todo pesaba, como bloques de acero.

Mis fantasmas cobraban vida cada mañana y me saludaban; me recordaban el desequilibrio por mantener la cordura.

Olvidé reír. Y cuando lo hacía, reía de reojo.

Las miradas de los que me rodeaban estaban tan lejos. Yo siempre me hallaba en el suelo tan retorcidamente serena y ausente.

Las tardes me distraían de tu ausencia. Recorría kilómetros en espiral por calles que fueron protagonistas de nuestro amor. En ellas, quedábamos tan bien juntos.

Pero una vez muere la historia, muere la belleza del espacio. Nada ya tenía sentido, por separado.

Sentía unas terribles e incontenibles ganas de gritarte, de desmenuzar cada paradoja y sentimiento incomprensible. De desvelar cada uno de esos porqué que guardaba. Pero yo solo conocí el silencio. Todo lo que rectifica un silencio.

El espejo difería de mí, entre otras cosas. Fui consumiéndome paulatinamente, como si hubieran extraído lo más esencial. Lo que crees que jamás se irá. Lo incondicional, lo que por inercia, siempre está ahí. Romper tal inercia debería ser menos sonoro.

Aún escucho de lejos ese pitido ensordecedor. El tiempo duele, al volver.

Las decepciones se sucedían una tras otra. Me empujaban hacia adelante y mostraban una nueva realidad, más letal y dañina. Pero era grandiosa y me exhibía las extensas alas del arrepentimiento. Vuela amor, vuela.